jueves, 30 de septiembre de 2010

RECUERDOS PRESTADOS



Cierra los ojos y mira la oscuridad.
Ése era el consejo que solía darme mi padre cuando de niña no podía dormir. Ahora no querría que hiciera eso, pero he decidido seguir su consejo. Miro fijamente la inmensa negrura que se extiende más allá de mis párpados cerrados. Aunque estoy tumbada y quieta en el suelo, me siento colgada del punto más alto que quepa imaginar; agarrada a una estrella en el cielo nocturno con las piernas pendiendo sobre la fría y negra nada. Echo una última mirada a la mano que sujeta la luz y me suelto. Caigo, luego floto, vuelvo a caer y, finalmente, aguardo la tierra de mi vida.
Ahora sé, como sabía cuando era esa niña que espantaba el sueño, que detrás de la pantalla translúcida de los ojos cerrados hay color. Me provoca, me reta a abrir los ojos para impedir que me duerma. Destellos rojos y ambarinos, amarillos y blancos motean mi oscuridad. Me niego a abrirlos. Me rebelo y aprieto los párpados aún más para bloquear los puntitos de luz, meras distracciones que nos mantienen despiertos pero que son un indicio de que hay vida al otro lado.
Pero no hay vida en mí. Tendida al pie de la escalera, no siento nada. El corazón me late deprisa; es el único púgil que queda en pie en el ring; un guante rojo de boxeo se agita victorioso en el aire, negándose a rendirse. Es la única parte de mí que se preocupa, la única que alguna vez se ha preocupado. Lucha por bombear la sangre que debe curarme, por reemplazar la que estoy perdiendo. Pero ésta abandona mi cuerpo tan deprisa como llega, formando un profundo océano negro en torno a mí.




Deprisa, deprisa,deprisa. Siempre vamos con prisa, nunca vamos sobrados de tiempo. Siempre estamos tratando de llegar a alguna parte. "Tendría que haber salido hace cinco minutos", "ya tendría que haber llegado".


Por: Cecelia Ahern en su libro Recuerdos prestados.

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